lunes, 4 de agosto de 2008

Mucho más que una experiencia como traductor

Como algunas cosas en la vida, mi experiencia con la traducción de la última edición del Tratado del Prof. Jescheck, en coautoría con su discípulo Weigend, no nació de un proyecto premeditado y definido. Al igual que otros colegas de la disciplina, hasta entonces había traducido algunos artículos, tarea que sin duda es siempre ardua, pero nada comparable con el esfuerzo que supone emprender en solitario una empresa de tal envergadura. Como digo, fue mi compañera Nuria Castelló quien un día me impulsó a ponerme en contacto con la editorial Comares para asumir dicho trabajo y, finalmente, el director de publicaciones de dicha editorial –Miguel Ángel del Arco- quien me animó a afrontarlo.

No recuerdo qué compañero me dijo que el trabajo de traductor es siempre ingrato. La razón reside –afirmaba mi olvidado interlocutor- en que si se hace bien el trabajo el mérito se lo lleva, naturalmente, el autor de la obra que se traduce por su capacidad para exponer claramente por escrito sus ideas. Pero, si se hace mal, la tendencia del lector es siempre imputar –aunque no siempre- la incomprensión del texto al denostado transcriptor. Sinceramente, no sé exactamente cuál será el juicio que los lectores han emitido sobre la traducción que me llevó incontables quebraderos de cabeza durante casi dos años. Pero lo que desde luego puedo decir es que constituyó para mí un auténtico reto personal e idiomático. Lo primero, porque exigió de mí una férrea disciplina de trabajo que me permitiera llevar a buen puerto la labor emprendida, compatibilizándola en la medida de lo posible con el resto de compromisos profesionales y personales. Y lo segundo porque, sinceramente, una responsabilidad de ese tipo me venía probablemente muy grande. Dicen que la ignorancia es atrevida, y sin duda yo cometí entonces un verdadero atrevimiento a la vista de que fue precisamente la traducción –y no mis conocimientos previos- la que me permitió sumergirme en el conocimiento del sugestivo idioma alemán.

Pero sin duda una de las mejores experiencias vitales y profesionales de mi vida vino inopinadamente de la mano de la traducción emprendida. Cerrado el compromiso con la editorial, me dirigí allá por el año 1999 a conocer personalmente al principal autor del libro, el Prof. Hans-Heinrich Jescheck, quien todavía ejercía de profesor emérito en el Instituto Max-Planck de Friburgo. Yo ya había podido comprobar, gracias a mis casi dos años previos de estancia en Munich y mi contacto con el Prof. Roxin, aquello de que en la vida quienes son realmente “grandes” son personas cordiales, accesibles y humildes. Y, efectivamente, esa idea se vio completamente reforzada tras conocer al Prof. Jescheck. Su ánimo y estímulo fue completamente incondicional, pues naturalmente yo le expuse mis temores al asumir un esfuerzo de semejante calado. Ese fue el impulso definitivo para adentrarme en uno de los mayores desafíos de mi vida, pues el Prof. Jescheck se comprometió a revisar el texto final de la traducción que yo elaborara. Él es políglota y leía a diario la prensa española, algo que claramente dejaba translucir en nuestras numerosas y largas conversaciones, por lo que en ese sentido me inspiró mucha confianza poder contar con su ayuda.

Y así sucedió. A finales del año 2001 llegué nuevamente a Friburgo a desarrollar una estancia de tres meses durante la que poder terminar y perfeccionar la traducción. Durante dicho tiempo estuve, casi a diario, compartiendo las mañanas con el Prof. Jescheck y revisando íntegramente el texto en español de mi trabajo. Quedé completamente deslumbrado por la capacidad de una persona que, bien avanzados los ochenta años, era capaz de trabajar con dicha tenacidad y corregir el sentido y la forma de la traducción que yo le había suministrado. Por eso estoy convencido de que es una de las traducciones que más se adapta al espíritu de su autor, pues fue producto de una estrecha colaboración con él y, también debo decirlo, con el Prof. Weigend quien a su vez me suministró numerosas observaciones por escrito de los capítulos correspondientes a las consecuencias jurídicas del delito de las que él se hizo cargo en la última edición del Tratado.

Tuve, como digo, la ocasión de conocer no sólo a uno de los grandes penalistas contemporáneos, sino también la oportunidad de entrar en contacto con alguien que poseía una vida y una personalidad fascinantes. A lo largo de nuestras charlas me fue también desgranando su durísima experiencia personal en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial, su regreso a la Universidad tras la misma, sus progresivas inquietudes universitarias y científicas, su tenacidad y esfuerzo para fundar en Friburgo un Instituto Max-Planck de Derecho Penal Comparado e Internacional, así como su visión actual de la evolución del mundo y, cómo no, de la Ciencia del Derecho Penal.

El enriquecimiento personal que para mí ha supuesto tener el privilegio de traducir una obra de “uno de los grandes” y de conocer a alguien completamente entregado a su vocación científica universalista, se ve no obstante hoy en parte coyunturalmente entristecido por su situación personal. El día en que termino de escribir estas reflexiones -4 de agosto de 2008-, el Prof. Hans-Heinrich Jescheck se encuentra ya internado en un hospital sufriendo considerables padecimientos. Hace pocos meses perdió a su mujer –el gran amor de su vida- a quien también tuve la suerte de conocer y tratar en numerosas ocasiones. Inolvidables son para mí sus conversaciones almorzando en el restaurante “Krug” de Günterstal, donde fui consciente de su también apasionamiento por el idioma español: Frau Jescheck me contaba cómo al perder ella progresivamente la vista, su marido le leía a diario poesía y otras obras en español, siendo indudablemente su preferida “El Quijote”.

Como digo, asistimos probablemente al ocaso de una gran figura como ha sido la del Prof. Jescheck, abocado ya como está a la tiranía del sufrimiento corporal y psíquico. Pero lo mejor de él no sólo se lo ha llevado su familia, sino también nosotros, todos los que nos dedicamos a cultivar las Ciencias penales y, desde luego, nuestra disciplina misma. Cada vez que publico un trabajo pienso, con completa ingenuidad, que gano un pequeñísimo trozo de eternidad superando la existencia efímera que caracteriza a nuestras vidas, pues el nombre del autor queda probablemente grabado e impreso en alguna base de datos, libro, papel o estantería. Que alguien alguna vez retomará, criticará o sencillamente leerá lo que escribimos. Pero sin duda el Prof. Jescheck se ha ganado a pulso la prerrogativa que sólo tendrán unos pocos de ganar la inmortalidad a través de las sucesivas generaciones de penalistas que quedarán deslumbrados por su vida y obra.

Termino estas reflexiones agradeciendo al Prof. Fernando Miró la invitación que –hace ya varios meses- me cursó para participar en la extraordinaria iniciativa de su “Blog”. Le pido también a él y al lector disculpas por la tardanza en suministrar el texto pero, sinceramente, necesitaba escribir el texto de la mano y al abrigo de los inolvidables recuerdos que me trae Alemania y en concreto Friburgo.


Miguel Olmedo Cardenete. Friburgo, 4 de agosto de 2008.

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