jueves, 7 de agosto de 2008

Por la galería

Voy a intentar emular a mi maestro Miguel Olmedo, en la senda que ha emprendido por el pasillo que nos ha abierto Fernando Miró. Y lo hago, no sin antes considerar lo sorprendente que me pareció la iniciativa de este blog, cuando recibí un correo en la cuenta de la Universidad de Granada. Estoy sorprendido porque me parece tiene la humanidad, la sencillez y la gracia de lo que no se espera.

Me animo a escribir porque me identifiqué totalmente con el título del blog: historias de pasillos. Mi historia es corta y con poca sustancia, comparada con el retrato humano y científico que hace Miguel del Profesor Jescheck. Me ha impresionado hondamente conocer la situación declinante de su vida; y mucho más la reflexiones sobre la eternidad científica. En esto disiento de mi maestro: creo sinceramente que la muerte borra implacablemente todo vestigio del ser humano y su obra. Se enriquece la humanidad, sin duda, pero el olvido es el patrimonio más propio (y más mezquino) del hombre. De ahí que, por lo menos a mi, me parezca que el anhelo de eternidad discurra por otros “pasillos” más metafísicos, más incomprendidos y, hoy, menos transitados.

Escribir en el despacho ocupado (terrible k…) en el Departamento, un 5 de agosto (fiesta en Almagro: la Virgen de las Nieves, nuestra patrona), con una temperatura media que ha rondado los 41 grados todos estos días, puede dar idea de las ocupaciones que uno tiene entre manos: la tesis. Nunca pude imaginar que un texto pudiera convertirse en una obsesión. Y mucho menos que fuera una empresa tan enrevesada. Redacto estas notas ahora, justo después de enviar el primer texto a mi Director, del quien espero lo que sé que me dará: rigor científico y sabios consejos. Un rigor y unos consejos que, a Dios pido, no demoren el depósito de este hermoso “tocho” más allá del mes de noviembre: frío y nieblas del otoño entrado en invierno, Todos los Santos, huesos y buñuelos… qué sensación tan extraña me produce esta relación, cuando me asomo por la ventana y veo la tarde granadina, mustia y pesada del calor; pero pletórica de vida, con esta torre miedosa de San Justo y Pastor y la altanera Alhambra, allá a lo lejos, dominando la Vega de Granada.

Decía que me siento identificado con los pasillos porque, para terminar este primer texto, son muchos los días de agosto (y algunos de julio, por qué no decirlo) en que he paseado por la Facultad de Derecho, esta vetusta casa, en la más absoluta soledad, discurriendo por galería y pasillos, sin más compañía que mi sombra, los cipreses del Patio Hinojosa, palomas revoltosa muertas de calor y el Padre Suárez, mancillado como siempre por los hijos de este tiempo, que en vez de leer sus obras se dedican a ensuciar la base y hasta la estatua de su persona. Ese ir y venir por los pasillos, me ha hecho descubrir la belleza de los cristales antiguos que tienen todavía muchas de las ventanas de la Facultad. Cristales que devuelven una imagen distinta de lo que a través de ellos se ve, en función del lugar desde el que se contempla. Una belleza que el cristal moderno, con su perfección, ha matado en pos de la claridad y la eugenesia vítrea.

Estas reflexiones quieren ser, simplemente, una contribución a un blog estupendo y un entretenimiento para quien las lea. Pero sin que se me pase por alto señalar que se me quedan grabados en la memoria los detalles de esa belleza oculta, aún en las cosas más anodinas e incluso imperfectas, que el hombre crea con su alma y con sus manos.

lunes, 4 de agosto de 2008

Mucho más que una experiencia como traductor

Como algunas cosas en la vida, mi experiencia con la traducción de la última edición del Tratado del Prof. Jescheck, en coautoría con su discípulo Weigend, no nació de un proyecto premeditado y definido. Al igual que otros colegas de la disciplina, hasta entonces había traducido algunos artículos, tarea que sin duda es siempre ardua, pero nada comparable con el esfuerzo que supone emprender en solitario una empresa de tal envergadura. Como digo, fue mi compañera Nuria Castelló quien un día me impulsó a ponerme en contacto con la editorial Comares para asumir dicho trabajo y, finalmente, el director de publicaciones de dicha editorial –Miguel Ángel del Arco- quien me animó a afrontarlo.

No recuerdo qué compañero me dijo que el trabajo de traductor es siempre ingrato. La razón reside –afirmaba mi olvidado interlocutor- en que si se hace bien el trabajo el mérito se lo lleva, naturalmente, el autor de la obra que se traduce por su capacidad para exponer claramente por escrito sus ideas. Pero, si se hace mal, la tendencia del lector es siempre imputar –aunque no siempre- la incomprensión del texto al denostado transcriptor. Sinceramente, no sé exactamente cuál será el juicio que los lectores han emitido sobre la traducción que me llevó incontables quebraderos de cabeza durante casi dos años. Pero lo que desde luego puedo decir es que constituyó para mí un auténtico reto personal e idiomático. Lo primero, porque exigió de mí una férrea disciplina de trabajo que me permitiera llevar a buen puerto la labor emprendida, compatibilizándola en la medida de lo posible con el resto de compromisos profesionales y personales. Y lo segundo porque, sinceramente, una responsabilidad de ese tipo me venía probablemente muy grande. Dicen que la ignorancia es atrevida, y sin duda yo cometí entonces un verdadero atrevimiento a la vista de que fue precisamente la traducción –y no mis conocimientos previos- la que me permitió sumergirme en el conocimiento del sugestivo idioma alemán.

Pero sin duda una de las mejores experiencias vitales y profesionales de mi vida vino inopinadamente de la mano de la traducción emprendida. Cerrado el compromiso con la editorial, me dirigí allá por el año 1999 a conocer personalmente al principal autor del libro, el Prof. Hans-Heinrich Jescheck, quien todavía ejercía de profesor emérito en el Instituto Max-Planck de Friburgo. Yo ya había podido comprobar, gracias a mis casi dos años previos de estancia en Munich y mi contacto con el Prof. Roxin, aquello de que en la vida quienes son realmente “grandes” son personas cordiales, accesibles y humildes. Y, efectivamente, esa idea se vio completamente reforzada tras conocer al Prof. Jescheck. Su ánimo y estímulo fue completamente incondicional, pues naturalmente yo le expuse mis temores al asumir un esfuerzo de semejante calado. Ese fue el impulso definitivo para adentrarme en uno de los mayores desafíos de mi vida, pues el Prof. Jescheck se comprometió a revisar el texto final de la traducción que yo elaborara. Él es políglota y leía a diario la prensa española, algo que claramente dejaba translucir en nuestras numerosas y largas conversaciones, por lo que en ese sentido me inspiró mucha confianza poder contar con su ayuda.

Y así sucedió. A finales del año 2001 llegué nuevamente a Friburgo a desarrollar una estancia de tres meses durante la que poder terminar y perfeccionar la traducción. Durante dicho tiempo estuve, casi a diario, compartiendo las mañanas con el Prof. Jescheck y revisando íntegramente el texto en español de mi trabajo. Quedé completamente deslumbrado por la capacidad de una persona que, bien avanzados los ochenta años, era capaz de trabajar con dicha tenacidad y corregir el sentido y la forma de la traducción que yo le había suministrado. Por eso estoy convencido de que es una de las traducciones que más se adapta al espíritu de su autor, pues fue producto de una estrecha colaboración con él y, también debo decirlo, con el Prof. Weigend quien a su vez me suministró numerosas observaciones por escrito de los capítulos correspondientes a las consecuencias jurídicas del delito de las que él se hizo cargo en la última edición del Tratado.

Tuve, como digo, la ocasión de conocer no sólo a uno de los grandes penalistas contemporáneos, sino también la oportunidad de entrar en contacto con alguien que poseía una vida y una personalidad fascinantes. A lo largo de nuestras charlas me fue también desgranando su durísima experiencia personal en el frente ruso durante la Segunda Guerra Mundial, su regreso a la Universidad tras la misma, sus progresivas inquietudes universitarias y científicas, su tenacidad y esfuerzo para fundar en Friburgo un Instituto Max-Planck de Derecho Penal Comparado e Internacional, así como su visión actual de la evolución del mundo y, cómo no, de la Ciencia del Derecho Penal.

El enriquecimiento personal que para mí ha supuesto tener el privilegio de traducir una obra de “uno de los grandes” y de conocer a alguien completamente entregado a su vocación científica universalista, se ve no obstante hoy en parte coyunturalmente entristecido por su situación personal. El día en que termino de escribir estas reflexiones -4 de agosto de 2008-, el Prof. Hans-Heinrich Jescheck se encuentra ya internado en un hospital sufriendo considerables padecimientos. Hace pocos meses perdió a su mujer –el gran amor de su vida- a quien también tuve la suerte de conocer y tratar en numerosas ocasiones. Inolvidables son para mí sus conversaciones almorzando en el restaurante “Krug” de Günterstal, donde fui consciente de su también apasionamiento por el idioma español: Frau Jescheck me contaba cómo al perder ella progresivamente la vista, su marido le leía a diario poesía y otras obras en español, siendo indudablemente su preferida “El Quijote”.

Como digo, asistimos probablemente al ocaso de una gran figura como ha sido la del Prof. Jescheck, abocado ya como está a la tiranía del sufrimiento corporal y psíquico. Pero lo mejor de él no sólo se lo ha llevado su familia, sino también nosotros, todos los que nos dedicamos a cultivar las Ciencias penales y, desde luego, nuestra disciplina misma. Cada vez que publico un trabajo pienso, con completa ingenuidad, que gano un pequeñísimo trozo de eternidad superando la existencia efímera que caracteriza a nuestras vidas, pues el nombre del autor queda probablemente grabado e impreso en alguna base de datos, libro, papel o estantería. Que alguien alguna vez retomará, criticará o sencillamente leerá lo que escribimos. Pero sin duda el Prof. Jescheck se ha ganado a pulso la prerrogativa que sólo tendrán unos pocos de ganar la inmortalidad a través de las sucesivas generaciones de penalistas que quedarán deslumbrados por su vida y obra.

Termino estas reflexiones agradeciendo al Prof. Fernando Miró la invitación que –hace ya varios meses- me cursó para participar en la extraordinaria iniciativa de su “Blog”. Le pido también a él y al lector disculpas por la tardanza en suministrar el texto pero, sinceramente, necesitaba escribir el texto de la mano y al abrigo de los inolvidables recuerdos que me trae Alemania y en concreto Friburgo.


Miguel Olmedo Cardenete. Friburgo, 4 de agosto de 2008.

martes, 20 de mayo de 2008

Sobre las futuras historias de pasillo

Dado que apenas dispongo de un pasillo de Universidad rodeado de catedráticos y titulares de Derecho penal que me cuenten batallitas, de profesores asociados abogados, magistrados o fiscales que me mantengan al día de novedades de la práctica, de estudiantes erasmus de otras Universidades o de becarios de investigación que comienzan sus tesis de Derecho penal, he creado este pasillo virtual en el que leeremos anécdotas, experiencias, historias de pasillo. En ellas cabrán no sólo cuestiones relativas al Derecho penal sino cualesquiera otras más referidas al ocio o a experiencias personales de otro tipo que pueden enriquecernos o interesarnos. Esperamos que os guste la sección. También esperamos que participéis. Si queréis hacerlo poneos en contacto conmigo en fmiro@mh.es